El frío me calaba los huesos. No andaba gente a esa hora en la caleta. Aún estaba muy oscuro, y la marea estaba alta. No podía esperar , a si que prendí el motor de la lancha y partí a toda prisa. Tenía que estar de vuelta antes que llegaran mis compañeros. Mientras manejaba la lancha, no contenía el temblor de mis manos, así que sorbí un poco de aguardiente que llevaba en una petaquita, pero no era pa´ calmar la sed, era pa´ los nervios. Ay de mí, y de las circunstancias que me habían llevado a ser pescador. Tenía un futuro brillante, el primero en la familia en la universidad, el ingeniero d e la familia. El hijo de pescador que siempre renegó de sus orígenes y siempre quiso ser más, para salir de esa caleta inmunda. Y ahí estaba ahora, hediondo a pescado, hediondo a mediocridad.
Tu tuviste la culpa de que todo se desbandara, tú con tus ojos arrebolados. Tú tienes la culpa de enamorarme.
Me adentré aún más en ese mar. Me desagradaba el mar desde pequeño, tu lo sabias. Me produce desazón.
A mi lado llevaba ese bulto, sí, ese bulto. No podía mirarlo sin desesperarme, sin llorar a gritos. Mis lágrimas resultaban más saladas que la mismísima agua que me rodeaba.
Tú tuviste la culpa mujer. Tuviste la culpa de este sentimiento. Si bien te amaba. No soportaba el fracaso. Verme encerrado, echarme la u, estar encalillado hasta las patas. Tampoco soportaba la idea de esa guagua, que venía y había que alimentar. Si, soy un monstruo. Debía amarlo, ¿pero qué va?, era otro cacho. Me sentía podrido, igual que esas tripas de pescado. Realmente soy d e los peores, de los peores.
Llegué al lugar deseado, bien lejos de la caleta, por ahí por donde nadie andaba. El lugar perfecto para que las olas escondan todo, y se conviertan en el cómplice anhelado.
Tú tuviste la culpa amada mía. Tuviste la culpa de esos ojos amoratados que tantas veces cubriste prolijamente con base. Tuviste la culpa también de esas cuantas heridas que fingiste como torpeza tuya. Sé que me amabas. Lo sé. Sé que nos amábamos. Pero sé también que pudimos ser más.
Tomé aquel enorme bulto envuelto en frazadas y nylon. No quería dejarlo. No quería dejarte. No quería dejarlos. Tomé aire y con dificultad lo abalancé por la borda. Me despojé de él.
Vi sobresalir, de ese negro rollo amarrado, tu blanquecina mano, esa mano delicada con las uñas pintadas con ese rojo cereza que a mí tanto me gustaba. Vi esos dedos bajar hasta desapareces en el fondo, atraída por el peso de la roca a la que estaba atada.
Ese es el último recuerdo que tengo de ti amada mía. Y todo fue tu culpa. Por enamorarme. Por enamorarme con tus ojos arrebolados.
Ingrid:
ResponderBorrarTodavía sigo leyendo lo que escribes y este escrito, la verdad, no me gustó mucho. Tal vez porque es extremadamente triste =/. Tal vez, por algo más...
Lo único que puedo decir es que el pescador nunca debió rendirse porque todos los problemas tienen solución.
Saludos.
Diego.