viernes, 19 de agosto de 2011

VENTANAL


Apoyé   mi  nariz   contra   el    frío y empañado vidrio, llevé    mi  cabeza de un  lado a  otro, auto acariciándome, humedecí  toda  mi  cara. Miraba  hacia  afuera  y  no  veía  nada,  absolutamente  nada,  ni siquiera veía mi  reflejo. ¿No tenía reflejo? Desde hace un tiempo que era   evidente   que  una   parte  de  mi se  iba   esfumando,  creo  que  empezó por  un  pie, no recuerdo  bien. Sí,  creo  que   fue   por  un  pie. Parece  que  fue  esa  mañana   en que  me  enderecé  en la  cama  y  posé  mis  pies en la  bajada, y ahí estaba,  una  mancha,  algo    borroso  en la  punta  de mi  dedo   gordo.  Después    volvió  a suceder,  un  día en que  salí de la  ducha y   al mirarme en  el  espejo  vi nuevamente una     mancha pero   ahora   en mi hombro derecho. Todo   esto    siguió sucediendo,  tanto así  que dejé de  impresionarme, es   más, preferí  dejar  de mirarme  al  espejo  para  evitar   cualquier   situación  incómoda. Aunque   de  vez  en  cuando   me   daba   alguna   miradita  por  ahí  en  alguna   vitrina del  centro, pero   nada   más  que  eso.
Un   día   me   miré y  no  quedaba   de  mí  más  que una nubecita. Pero ahora,  ahora  no  había   nada, por más  que  limpiaba el  ventanal,  mi imagen no aparecía.  Era definitivo yo  ya  no  existía. Hubiese    sido  tan  fácil como limpiar la primera  vez esa  manchita   de  mi  pie. Pero  era  tarde, ya  no  había un   yo.
Estaba   decidida, quería  hacerme   reaparecer,  me  clavé  ahí  frente  al vidrio,  estaba    dispuesta   a permanecer   ahí  por   siempre ,  solo  quería    volver  a  ver mi ojos, mi  nariz  que  aunque    grande  y  tosca  era mi  nariz, mi  cuerpo, quería  verme. Me  empecé  a  entumir ahí parada. Aparece, aparece, era  lo  único  que me  decía. ¡Nada! 
Se aclaró  al  otro  lado de la gran  ventana. Aparece, aparece. Nada.
Apoyé todo mi  cuerpo en el vidrio,  abrí mis   brazos, posé  mis   senos, luego  mi  espalda, hice    bailar  mis  manos   por   toda  la  llanura. Aparece,  aparece. Nada.
Me  estaba  resignando,  nunca  más   me   vería. Tal vez  no  quería   verme, y  ese  era   el  problema. Odié tanto   tiempo  mi  imagen, odiaba  cada  detalle, esos  mismos  detalles  que  estaba  desesperada por observar nuevamente. Eran  esos detalles los  que  formaban  parte  de mí,  los   que me  daban la  identidad, los  que  eran  mi  imagen,  mi  nombre.
Manipulé mucho  mi  imagen y  provoqué   que  huyera, que se  fuera  despavorida y  me  abandonara  completamente. Vuelve,  vuelve. Nada, no  volvía.
Enloquecí   completamente, no  podía   vivir  así. Comencé  a  ver  todo mi  entorno como una  gran  nube, nada  era nítido. Comencé  a    dar  vueltas  sobre  mí. Un gran  rumor  venía  desde  el  ventanal,  un   rumor  penetrante  y  ensordecedor. La nube  que me  envolvía comenzó a subir,  no  podía  respirar,  entré  en  pánico.  Dentro  de  mi  desesperación con mi mano  tanteé un objeto  pesado, no  podía darme  cuenta  de  lo  que  era. Como  por  inercia  lo  arrojé al vidrio frente a mí. Fue  el  mejor  estruendo que  he  escuchado  hasta  ahora. De  un  momento   a  otro me vi  rodeada de pedazos de vidrio. Había  acabado  con el  ventanal, se  habían  ido los rumores, ya  no  importaba mi  reflejo. Había  hecho  añicos el  ventanal.

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