Un día me miré y no quedaba de mí más que una nubecita. Pero ahora, ahora no había nada, por más que limpiaba el ventanal, mi imagen no aparecía. Era definitivo yo ya no existía. Hubiese sido tan fácil como limpiar la primera vez esa manchita de mi pie. Pero era tarde, ya no había un yo.
Estaba decidida, quería hacerme reaparecer, me clavé ahí frente al vidrio, estaba dispuesta a permanecer ahí por siempre , solo quería volver a ver mi ojos, mi nariz que aunque grande y tosca era mi nariz, mi cuerpo, quería verme. Me empecé a entumir ahí parada. Aparece, aparece, era lo único que me decía. ¡Nada!
Se aclaró al otro lado de la gran ventana. Aparece, aparece. Nada.
Apoyé todo mi cuerpo en el vidrio, abrí mis brazos, posé mis senos, luego mi espalda, hice bailar mis manos por toda la llanura. Aparece, aparece. Nada.
Me estaba resignando, nunca más me vería. Tal vez no quería verme, y ese era el problema. Odié tanto tiempo mi imagen, odiaba cada detalle, esos mismos detalles que estaba desesperada por observar nuevamente. Eran esos detalles los que formaban parte de mí, los que me daban la identidad, los que eran mi imagen, mi nombre.
Manipulé mucho mi imagen y provoqué que huyera, que se fuera despavorida y me abandonara completamente. Vuelve, vuelve. Nada, no volvía.
Enloquecí completamente, no podía vivir así. Comencé a ver todo mi entorno como una gran nube, nada era nítido. Comencé a dar vueltas sobre mí. Un gran rumor venía desde el ventanal, un rumor penetrante y ensordecedor. La nube que me envolvía comenzó a subir, no podía respirar, entré en pánico. Dentro de mi desesperación con mi mano tanteé un objeto pesado, no podía darme cuenta de lo que era. Como por inercia lo arrojé al vidrio frente a mí. Fue el mejor estruendo que he escuchado hasta ahora. De un momento a otro me vi rodeada de pedazos de vidrio. Había acabado con el ventanal, se habían ido los rumores, ya no importaba mi reflejo. Había hecho añicos el ventanal.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario