La puerta volvió a ver pasar a la misma mujer por su umbral, hacía lo mismo que hace tantos años: se sentaba en el borde de la cama , abría el cajón de la mesita de noche, y sacaba una libretita y un lápiz. Siempre había una nueva expresión en su cara al momento de anotar. Esta vez escribió “1 116” con letra grande y clara, seguido de una detallada descripción algo calentona de aquel mil ciento dieciseisavo beso que daba en su vida.
La primera vez que besó a un hombre, o más bien a ese espinillento niño de su misma calle, ella descubrió que había algo oculto en ese acto. Y cuando pensó que todas esas sensaciones podían desaparecer de la faz de la tierra al transcurrir el tiempo, decidió plasmarlas, dejarlas para el recuerdo. Eso era lo que hacía ahora, anotaba cada movimiento y sensación del beso que acababa de dar. Pero en aquella libreta no había ningún nombre repetido. Ella estaba totalmente segura de que el primer beso es siempre el mejor, y no quería malgastar tiempo tratando de mantener relaciones duraderas y perezosas. Le gustaba el amor furtivo, los amoríos escandalosos, ser la otra. Llevaba cincuenta y dos años de aventuras de besos, y nunca pero nunca había siquiera pensado en pasar a algo más, sólo se conformaba con besos duraderos, de aquellos que pueden tomar horas, pero que terminaban súbitamente cuando las manos se volvían inquietas. De ahí que se familiarizó con el correr repentino sin siquiera despedirse de sus amantes circunstanciales, dejando que todo fuera parte de la espontaneidad que la caracterizaba.
Cada beso anotado en aquella libreta tenía algo de especial, un aroma, un sabor, una caricia, una situación nueva. Cada rozar de labios era una explosión de placer, una exploración, un mundo. Pero a pesar de querer gritarle a la humanidad todo lo que había sentido, tenía un tanto de vergüenza. Le intimidaba el hecho de ser mal catalogada, y mucho más ahora a sus años. ¿Qué diría la gente? Sería un escándalo. Pero eso la inspiraba aún más. Hacer algo a hurtadillas, sentir adrenalina.
Terminó de escribir, releyó con orgullo la historia de su reciente beso, cerró el cuadernillo y lo puso en su lugar. Se dejó caer hacia atrás y comenzó a reír a carcajadas. Ya eran 1116,¡1116! Y quedaban más. Inició un inventario cronológico de sus numerosos ósculos, cada historia, cada hombre, una que otra fémina. Había tanto, tanto que recordar. El tiempo ya la estaba haciendo vieja y pronto comenzaría a olvidar, por eso cada cierto tiempo releía esas páginas, para mantener todo vivo. Le fascinaba la idea de que en algún remoto momento, siempre y cuando ella no estuviese viva, alguien leería todo , sintiendo todas las fogosas sensaciones que ella intentaba plasmar en la hojas.¡ Qué divino sería!
Su rostro se invadió de expresiones de gozo, sentía la intensidad de mil orgasmos a la vez, sentía todo y a la vez nada. Amaba ese librillo, lo amaba tanto como no había sido capaz de amar a alguien. Se repetía en la mente “1116, y quedan más”. Había una gama de percepciones que le quedaban por conocer. Un montón de números y nombres que debía anotar. ¿Quién sería el 1117? Tal vez ese hombre de apariencia oscura que tanta curiosidad le causaba al verlo todos los día sentado en el paradero de la placilla. Ella podía ir mañana mismo, acercarse, hablarle un poco, echar a andar todas sus estrategias de conquista y como es de predecir, conseguir antes del atardecer un nuevo integrante para su colección. Tenía un nuevo plan , una nueva víctima, una nueva boca.
Se incorporó, era hora de dejar su faceta oculta y volver a su día, a su rutina, a ver pasarlas horas en el reloj, mientras ahí junto a su cama, guardaba un tesoro siniestro. Era hora de salir por la puerta y volver a lo suyo.
- Hermana Evangelina, la estaba buscando, ya vamos a empezar con los rezos de media tarde. La madre Facunda preguntó por usted.- pronunció una de las novicias que pasaba por fuera de la alcoba.
- Enseguida voy, buscaré el rosario, creo que lo olvidé.
La anciana de negros hábitos cogió presurosa la cajita burdeo que tenía en su velador, justo al lado del oculto libro. Al salir, antes de cerrar la puerta miró hacia adentro y con una reverencia se persignó ante el crucifijo que colgaba tras su cama. Siempre le estaría agradecida por guardar tan bien su secreto. Le guiñó un ojo y cerró la puerta.
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