viernes, 19 de agosto de 2011

EXTRAÑA CRONOLOGÍA


La puerta volvió a  ver pasar   a la misma mujer   por  su   umbral,  hacía lo mismo  que  hace  tantos años: se  sentaba  en   el  borde  de la  cama ,  abría el cajón de  la mesita  de noche, y  sacaba una  libretita y  un  lápiz. Siempre  había  una  nueva  expresión  en  su  cara  al  momento  de   anotar. Esta  vez   escribió  “1 116” con letra  grande y  clara, seguido  de  una  detallada  descripción algo  calentona  de  aquel  mil ciento dieciseisavo  beso que  daba  en  su vida.
La  primera vez  que  besó  a  un  hombre, o más   bien  a  ese  espinillento  niño  de su  misma  calle,  ella descubrió   que  había   algo  oculto  en  ese  acto. Y  cuando  pensó  que  todas  esas   sensaciones  podían  desaparecer  de la  faz   de la tierra al  transcurrir  el tiempo, decidió  plasmarlas, dejarlas   para  el  recuerdo.  Eso  era  lo  que   hacía  ahora, anotaba  cada  movimiento  y  sensación  del  beso  que  acababa  de dar. Pero en  aquella  libreta  no  había  ningún   nombre  repetido. Ella  estaba  totalmente  segura  de  que  el  primer   beso  es siempre el mejor, y no  quería  malgastar   tiempo  tratando  de mantener  relaciones   duraderas  y   perezosas. Le   gustaba el amor   furtivo, los  amoríos  escandalosos,  ser  la otra.  Llevaba cincuenta  y  dos   años  de aventuras   de  besos,  y  nunca pero   nunca   había   siquiera  pensado  en  pasar  a  algo más,  sólo   se conformaba  con  besos  duraderos, de  aquellos  que  pueden  tomar horas, pero   que  terminaban súbitamente   cuando  las manos   se   volvían  inquietas.  De  ahí   que  se  familiarizó  con  el  correr  repentino  sin  siquiera   despedirse  de  sus  amantes  circunstanciales, dejando  que   todo  fuera  parte  de la  espontaneidad  que la   caracterizaba.
Cada  beso  anotado en  aquella libreta  tenía  algo  de especial, un  aroma, un  sabor, una   caricia, una  situación  nueva. Cada  rozar de  labios  era una  explosión  de  placer, una  exploración, un  mundo. Pero  a pesar  de  querer  gritarle  a  la humanidad todo  lo  que   había    sentido, tenía  un  tanto  de  vergüenza. Le  intimidaba  el  hecho  de  ser mal  catalogada, y mucho más   ahora a sus   años. ¿Qué   diría la  gente? Sería  un  escándalo. Pero  eso  la inspiraba  aún más. Hacer  algo   a  hurtadillas, sentir   adrenalina.
Terminó   de escribir, releyó  con  orgullo  la  historia  de su reciente   beso, cerró  el cuadernillo y  lo puso  en  su  lugar. Se  dejó   caer   hacia  atrás  y  comenzó  a  reír  a  carcajadas. Ya  eran  1116,¡1116! Y  quedaban  más. Inició   un  inventario cronológico  de  sus  numerosos  ósculos, cada historia, cada   hombre, una  que  otra  fémina. Había  tanto,  tanto  que  recordar. El  tiempo  ya  la  estaba  haciendo  vieja   y pronto   comenzaría   a  olvidar, por  eso  cada   cierto   tiempo  releía  esas  páginas, para  mantener   todo  vivo. Le   fascinaba la idea   de que  en  algún  remoto  momento, siempre y cuando  ella   no  estuviese   viva,   alguien  leería todo ,  sintiendo  todas las  fogosas  sensaciones  que  ella   intentaba plasmar  en la hojas.¡ Qué   divino  sería!
Su rostro  se invadió de  expresiones de   gozo, sentía la  intensidad  de mil orgasmos  a la vez, sentía   todo  y a la  vez  nada.  Amaba  ese  librillo,  lo  amaba  tanto  como no  había   sido  capaz  de  amar  a  alguien. Se repetía   en  la  mente “1116, y  quedan más”. Había  una  gama   de  percepciones  que le  quedaban por  conocer. Un  montón  de  números  y  nombres  que  debía  anotar. ¿Quién  sería  el  1117?  Tal vez  ese  hombre  de  apariencia  oscura  que  tanta   curiosidad  le  causaba  al  verlo  todos  los  día   sentado  en el  paradero de la  placilla. Ella  podía   ir  mañana  mismo,  acercarse,  hablarle  un  poco,  echar  a  andar   todas  sus  estrategias   de  conquista  y  como  es  de predecir,  conseguir   antes  del   atardecer  un  nuevo integrante  para  su  colección. Tenía  un nuevo  plan , una  nueva  víctima, una nueva boca.
Se  incorporó, era   hora  de   dejar  su  faceta oculta  y  volver  a  su  día, a  su  rutina,  a  ver pasarlas horas  en el  reloj, mientras  ahí  junto   a  su   cama, guardaba  un  tesoro   siniestro. Era   hora  de   salir   por  la  puerta  y  volver a  lo  suyo.
-          Hermana  Evangelina,  la  estaba  buscando,   ya  vamos  a  empezar   con  los   rezos  de   media tarde.  La madre  Facunda   preguntó  por   usted.-  pronunció   una  de las   novicias  que  pasaba  por  fuera  de la  alcoba.

-          Enseguida   voy, buscaré  el  rosario, creo que lo  olvidé.
La anciana  de   negros hábitos cogió  presurosa la  cajita  burdeo  que  tenía en  su  velador, justo  al lado  del oculto  libro. Al  salir, antes  de  cerrar   la puerta miró   hacia  adentro  y  con  una  reverencia  se  persignó  ante el crucifijo  que   colgaba  tras   su  cama. Siempre  le  estaría  agradecida  por guardar   tan  bien   su  secreto. Le   guiñó  un  ojo  y  cerró la  puerta.

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